29 octubre, 2005

El humor en El Jarama

(Diálogo durante una partida de dominó en el merendero de Mauricio.)

      –Aquí el que no se consuela es porque no quiere –dijo el tuerto.
      Coca-Coña se volvío para gritarle:
      –¿Qué dices tú, alcarreño, ladrón de gallinas? ¡Con ese ojo que tienes en la cara que parece un huevo cocido!
      –Ya está. Ya está metiéndose con la gente otra vez –decía don Marcial–. Atiende al juego, hombre, atiende a la partida, que luego perdéis, y te envenenas contra el pobre Carmelo.
      En esto habían entrado cinco madrileños; tres chicos y dos chicas. Hablaron algo con Mauricio y pasaban al jardín.
      –He dicho y lo repito que el que no se consuela es porque no quiere, y al decirlo lo digo con mi cuenta y razón –replicaba el tuerto.
      –Pues lo que es tú, como no sea porque te ahorras tener que guiñarlo, cuando te vas de caza –contestó Coca-Coña–, no sé qué otro consuelo es el que tienes, con ese ojo hervido, que tan siquiera si pudieras sacártelo te valdría cuando menos para jugar al guá.
      El alcarreño se reía:
      –Y a ti la mala labia no te falta, no creas. Por eso que no quede. Todo lo que las patas no te corren, te lo corre la lengua. ¡Y más! Ya te lo digo; cuando falta de un lado, se compensa de otro. Eso es lo que nos pasa a los inválidos como tú y como yo. Que nos desarrollamos por donde menos se diría. ¿Quieres saber lo que me crece a mí?
      –No es necesario que lo digas –contestó Coca-Coña–.Tú siempre la nota fácil y grosera. ¡De la Alcarria tenías que descender!
      Coca-Coña se volvía de nuevo a la partida.
      –Pues sí señor, de la Alcarria –dijo el otro bajito, que había entrado con el tuerto y que traía un zurrón de pastor–; de la Alcarria, de allí nos viene todo lo malo. De allí bajan los zorros y los lobos, que nos matan las reses.
      –¿Tú también? –le decía el alcarreño–. Anda, más te valdrá que te afeites los domingos, para venir a terciar con las personas.
      Se dirigió al Chamarís y a los dos carniceros; continuaba:
      –Pues sí, es cierto que el que no se consuela es porque no quiere. ¿No saben lo que a mí me dijeron cuando perdí el ojo éste, a los dieciocho años?
      –Pues cualquier tontería –dijo Claudio–. A saber.
      El alcarreño se secaba la boca con el dorso de la mano; dijo:
      –Va uno allí del pueblo y se me pone, a los dos o tres días de ocurrido el suceso... porque fue con una caja de pistones, ¿no saben?, de esos de ley, que tienen una bellotita en el culo; bueno, ahora ya no se encuentran. Pues, a lo que íbamos, me viene el tío, con toda su cara, y me dice: «No tengas pena, que con eso te libras de la mili.» Me cagué en su padre. No digo más, lo mal que me sentó. Pues luego, déjate, que se pasó el tiempo y por fin viene el día en que llaman a mi quinta y ahí me tienen ustedes a mí, que me puse la mar de contento de ver que yo me quedaba en casita, mientras los otros se marchaban a servir. ¿Qué les parece?
      –Ya. Todo tiene sus ventajas y sus inconvenientes.
      –Yo de ahí lo que yo digo de que el que no se consuela es porque no quiere. Hasta de las desgracias se saca algún partido. De físico, ya de antes no tenía yo nada que perder; lo mismo da ser feo y tuerto, que feo a secas.

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