07 julio, 2004

La leyenda hidrofóbica del pulpo a la gallega (divagaciones sobre el sentido crítico)

Si alguna noche un conocido amable se interesa por mis aficiones y se le ocurre preguntarme qué es eso de ser escéptico, suelo comenzar describiéndole el escepticismo organizado como una variante de la divulgación científica especializada en el análisis racional de la pseudociencia. A continuación sigo matizando con entusiasmo que no sólo se centra esta actividad en la refutación de los supuestos fenómenos paranormales (por lo que los escépticos son famosos debido a las ruidosas quejas desde el mundillo del misterio y lo esotérico); sino también en erradicar supersticiones nocivas, informar de la falsedad de las pseudomedicinas, erradicar temores infundados hacia las nuevas tecnologías, combatir la intromisión de la religión en cuestiones científicas… todo lo que suponga un ataque a la cultura científica y la extensión del pensamiento mágico o irracional.

      Normalmente, a estas alturas de mi exposición, el interés inicial de mi interlocutor, o el propio interlocutor, han desaparecido, por lo que no es habitual que tenga oportunidad de señalar la otra diferencia del escepticismo con la divulgación normal: el escéptico intenta ir más allá de la mera exposición didáctica de material científico, pretende fomentar el empleo del sentido crítico. ¿Y qué es el sentido crítico? Yo lo defino como la costumbre mental de usar los propios conocimientos y lógica para determinar la calidad de las informaciones que recibimos. Dicho de manera menos rebuscada: se trata de tener juicio propio.

      Recuerdo un caso de mi infancia que es una muestra sencilla de aplicación del sentido crítico. Nuestra familia acudía todos los años a las fiestas de San Froilán, en Lugo, donde aprovechábamos para encontrarnos con parientes y amigos. Siguiendo una de las tradiciones de la celebración, comíamos con ellos pulpo a la gallega en los tenderetes que se instalan durante esos días (no hay polvo a feira como el que hacen las pulperas del San Froilán). Los niños teníamos que aguantar siempre la imposición, por parte de algunos adultos, de no beber agua en las comidas. Decían —y supongo que siguen diciendo— que el agua provoca que el pulpo se hinche en el estómago, causando dolores, flatulencia y otros males. «¡No, no! ¡Cómo vas a beber agua! ¿No quieres naranjada? Pues toma, bebe leche». Mi hermana y yo, por lo bajo, comentábamos el poco sentido que tenía aquello: «Si el pulpo se hierve en agua y no se infla, ¿por qué lo va a hacer en la barriga? Y además, yo creo que la leche también tiene agua. Es cierto, claro que tiene agua: es lo que se le añade a la leche en polvo. Y los refrescos, igual, que llevan agua con gas…». Entonces me daba cuenta, decepcionado una vez más, de que mis mayores no eran infalibles. Con todo, y como era un chaval bastante tímido y a veces hasta educado, me callaba mis opiniones y comía con leche como bebida, lo que no me gustaba nada. A mi hermana le daba más igual porque ella escogía encantada una Mirinda, que de aquella aún no estaba extinguida. Cuando fui a Lugo ya más mayorcito, recuerdo que planté cara a la tiranía con la agravante imperdonable de incitar con mi ejemplo a la rebelión de otros niños allí presentes: «¡Si ya lo hice en casa y no pasa nada! Hacemos el experimento: déjame comer con agua y verás como no me pongo malo». Evidentemente, no me puse malo. Esta costumbre mía de no obedecer supersticiones ridículas me ha ganado más de una antipatía.

      Existen varios prejuicios sobre el sentido crítico. Uno consiste en creer que es una consecuencia de la educación científica; aunque no es exclusivo de ella ni todo estudiante de ciencias lo adquiere (entre otras cosas porque los métodos educativos no se dirigen a que el alumno aprenda a pensar por sí mismo). Otro se basa en creer equivocadamente que el sentido crítico no puede desarrollarse. Todos lo usamos a diario en muchas facetas de la vida (que levante la mano quien aún confíe en las promesas electorales); pero dejamos de aplicarlo con la misma facilidad. Ampliarlo a otros ámbitos y convertirlo en una rutina mental requiere sólo algo de disciplina, y los beneficios para la persona son muchos: conlleva alguna desilusión replantearse las creencias; pero estaremos más seguros de parte de nuestros conocimientos y, sobre todo, será más difícil que nos engañen. Un tercer prejuicio, el más peligroso, es la absurda convicción de que es un tema apasionante para tratar en una fiesta.

      En cuanto a la leyenda del pulpo hidrópico, en casa tenemos una teoría para explicar su origen. Antes de que hubiera transportes refrigerados, el pulpo sólo se comía fresco en el litoral. En las zonas interiores, como Lugo y Orense, se vendía seco. Mis padres me cuentan que antes se veían tendales de pulpos en los puestos de las ferias. Suponen que, al verlos hidratarse e hincharse durante la preparación, alguno imaginó —quizá más partidario del vino— que el proceso debía de continuar en el estómago. Algo de lógica sí que tiene.

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2 comentario/s (feed de esta discusión):
Anonymous Anónimo escribió:

COMENTARIOS TRANSPORTADOS DESDE LA UBICACIÓN ANTERIOR DEL BLOG, EN BLOGALIA:

1
De: Roy Fecha: 2004-07-14 05:32

Con lo calamares también pasa? xD


2
De: Gerardo García-Trío Fecha: 2004-07-21 21:49

Creo que con todos los cefalópodos... ;o)


3
De: materiales para experimentar Fecha: 2004-08-03 15:54

quisiera saber como hacer mi experimento sobre el volcan


4
De: Gerardo García-Trío Fecha: 2004-08-06 14:16

Es sencillo, basta con hacerlo a la parrilla, con una vinagreta está delicioso. Aunque puede que, al cambiar la receta, la validez de tu experimento sea puesta en entredicho: no respetas mis estándares ;o)

Saludos


5
De: katerine altamirano Fecha: 2004-09-02 19:46

esta página me gusta por ser muy creativa


6
De: Gerardo García-Trío Fecha: 2004-09-08 04:19

Pues gracias, Katerine, a ver si consigo mantener el tipo...

Saludos.


7
De: Zkeptik Fecha: 2004-10-20 14:34

Pues no sé cuál es el origen, pero una vez le oí decir a Manuel Toharia que la leche era uno de los mejores remedios para quitarse de la boca el sabor picante. Según parece, sería cosa de la caseína, si no recuerdo mal. Así pues, para mitigar los picores que produce un pulpo "á feira", se necesita beber una cantidad menor de leche que de agua.


8
De: Gerardo Fecha: 2004-10-25 02:54

Mmmmm... Eso sí que no lo sabía, otra posible razón para el nacimiento del mito. Aunque cuando eres niño, poco te importa eso, ya que tomas el pulpo con pimentón dulce ;-)

Un saludo, no había visto tu comentario hasta ahora.

7/21/2005 12:57:00 a. m.  
Anonymous Anónimo escribió:

"Esta costumbre mía de no obedecer supersticiones ridículas me ha ganado más de una antipatía". Bueno, pues ya puede decir que también alguna simpatía.

Me encanta este blog. Creo que me va a acompañar en muchas horas.

Mmm... Lo del detector de Dios, era broma, ¿no?

6/19/2006 10:58:00 p. m.  

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